Nos costó media hora recorrer la calle Infantas para llegar a Fuencarral. Media hora que nos pudo costar la vida; a casi cuarenta grados y apelotonados entre el gentío, y también llenos de alegría. No vi ni un solo gesto de vanidad o soberbia. Tengo 48 años y he vivido la clandestinidad como miembro del PCE y he participado en multitud de manifestaciones y batallas campales contra la policía. Hoy he participado en la mayor manifestación de júbilo que he conocido en toda mi vida. Eran las dos de la mañana y Madrid, por fin, era una fiesta. Que nunca más consintamos que nadie cercene nuestras voluntades y denigre nuestra dignidad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 5 de julio de 2005