Antiguamente, por el barrio de la Trinidad, pasaba El Titi. Era él quien recogía la basura. No tenía carné de conducir, pero tampoco lo necesitaba para su carro tirado por una mula. El Titi no fallaba nunca. En nuestros días, la cosa es distinta. Cada vez que el camión frena para levantar el contenedor y volcarlo, deja un reguero putrefacto, que al rato da un olor insoportable. Hemos tenido que colocar mosquiteras para que algunas especies de animalitos indeseables no se les ocurra visitarnos.
Es una triste guasa que a veces, a algunos, nos toque la lotería sin jugar y tengamos que soportar durante años el premio de disfrutar delante de la puerta los cuatro contenedores de basura: para el papel, el plástico, el cristal y la basura en general. Y no sólo eso, sino que para no ver más porquería delante de nuestra casa, cada vez que necesitamos tirar un mueble, hacemos la llamada al número pertinente, y sacamos el mueble el día previsto y a la hora señalada. Pues bien, algunos vecinos no hacen eso, y nos traen sus desechos a la puerta donde pasan meses sin que vengan a recogerlos. Pedimos un método nuevo para que el camión no suelte lo que suelte ante nuestras narices y un poco de solidaridad por parte de los vecinos con los que ya soportamos los olores, y la fauna, y el ruido que produce la rotura de los vidrios al caer en el contenedor a la una o las dos de la madrugada.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 9 de julio de 2005