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Crítica:

El pasado se ríe

Un mandarín de hace mil años contruye una máquina del tiempo para viajar al Pekín de hoy. Por error, aterriza en Alemania. Siguiendo la estela de la mejor literatura satíricia, Herbert Rosendorfer se sirve de la mirada ingenua de su personaje para acercarse a la sociedad actual.

Figúrense que un mandarín de hace mil años construye, junto a un amigo, un ingenio que le permite transportarse en el tiempo, y que le da por viajar al futuro. Después imagínense que en este viaje se produce un error en los cálculos espaciales (algo natural dado que por entonces se pensaba que la tierra era plana). A continuación pónganse en el pellejo de este mandarín que cree haber llegado a Pekín -entonces llamado K'ai-Feng-, y en lugar de verse en la China moderna se encuentra con que ha dado con sus huesos en el país de los "narizotas", que así llama él a los habitantes de la ciudad de Mun-ijk, en Wa-wje-la (Múnich, Baviera). Para terminar, háganse una idea de las cartas que escribiría desde la hermosa capital bávara este "Mandarín de la clase A4

CARTAS A LA ANTIGUA CHINA

Herbert Rosendorfer

Traducción de Roberto Bravo de la Varga

Acantilado. Barcelona, 2005

320 páginas. 16 euros

[equivalente al director general de un ministerio] y prefecto de la Corporación de Poetas Imperiales Veintinueve paredes de roca cubiertas de musgo", al amigo con el que construyó la "brújula del tiempo". Si lo han hecho todo bien, obtendrán algo parecido a estas Cartas a la antigua China.

No sé cómo les habrán salido a ustedes, pero les aseguro que a Herbert Rosendorfer (Bolzano, 1934) le han quedado unas cartas de lo más lucidas. También es cierto que Rosendorfer ha acumulado mucha experiencia en este tipo de relatos fantásticos, en los que ha sacado un gran partido al motivo literario del viaje en el tiempo. Por poner un solo ejemplo -y hay muchos más-, en Estafanía, o una vida previa, Rosendorfer concedía a un ama de casa alemana de los años ochenta una existencia paralela en la España del siglo XVIII. En España la buena ama de casa era una duquesa que, frita por los abusos de su esposo, un hombre violento y soporífero, comete un duquicidio y se vuelve a Alemania. Al igual que en aquella novela, en Cartas a la antigua China Rosendorfer desplaza a un ser humano en el tiempo pero, a diferencia de la ama de casa, aquí el mandarín Bao-tai no se transforma en un personaje de época, sino que permanece fiel a su identidad original.

Bao-tai es culto (cita constantemente los libros clásicos chinos I-Ching, Li-Chi, y a los sabios Kung-fu-tse y Lao-tse), educadísimo (así saluda a la portera de su casa, a la que le ha jugado una mala pasada: "¡Oh, aromática begonia de carita de luna, el indigno gusano Kao-tai te saluda respetuosamente y te desea una mañana de estío dulce como la miel!"), curioso (procura hablar con todas las personas que se encuentra, y obtener información de ellas), aventurero (se atreve a ir a "rodar por la nieve" en el Tirol) y sensible (llega a apreciar la música de Mo-tsa y la pintura de Ti-tsia-no). Con estos atributos Kao-tai se convierte en el observador ideal para esta sátira, porque al fin y al cabo Cartas a la antigua China es sobre todo eso: una sátira. Una por una, el mandarín va desgranando nuestras costumbres, relatando a su amigo en dónde se originan y mostrando los vicios y también las virtudes que observa en ellas. Kao-tai informa a la antigua China sobre la televisión y la filosofía de la historia, sobre la teología y el sistema judicial, los retretes y los políticos, la ecología y las relaciones amorosas, la Alemania previa a la reunificación y las navidades.

La mirada cándida del mandarín nos refresca los ojos con un panorama completo de cómo somos y dónde vivimos los "narizotas", y así nos damos cuenta de que casi todo lo que nos define es el fruto de contingencias culturales que poco tienen que ver con el sentido común, si es que éste no está también sometido a ellas. Al final Rosendorfer, en la estela de Swift, Voltaire o Fielding, se ríe de todo como los grandes humoristas, empezando por sí mismo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 9 de julio de 2005

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