Las semillas de la planta baccaria se clavan en seis puntos de la oreja una vez a la semana. Son protegidas con pequeños esparadrapos para evitar su pérdida. A los siete días, son retiradas y los responsables sanitarios colocan unas nuevas. Para que surtan efecto, esos puntos deben ser estimulados, al menos tres veces en el día, con pequeños toques. Cada semilla está colocada estratégicamente y cada una tiene una función distinta, que los participantes aprenden durante el programa para dejar de fumar: reducir la ansiedad, fomentar la eliminación de la nicotina o apagar la irritabilidad.
La tradición china dice que en el pabellón auditivo se representa gran parte del organismo humano. Es lo que se conoce como auriculoterapia. La planta baccaria se usa también en experiencias piloto para controlar el dolor o para luchar contra la obesidad.
El uso de las semillas se ha combinado en estos programas para dejar el tabaco con la terapia floral, que desarrolló a principios del siglo XX el profesor inglés Edward Bach. Los participantes deben ingerir tres gotas seis veces al día, cada una de una flor distinta: flor de lis, dondiego de día y árnica. Se considera que ayudan a erradicar el síndrome de abstinencia por la falta de nicotina y a controlar los nervios.
Los usuarios de estas técnicas, todavía innovadoras en los centros de salud andaluces, compaginan semillas y flores con una reunión semanal de grupo, que dura entre una hora y una hora y media. Allí explican su experiencia, reconocen sus dificultades y detallan sus logros. También deben escuchar al resto para que la vivencia compartida ayude a todos. Para la formación de los grupos, hay un proceso de selección. "No todos valen porque una persona no preparada puede echar abajo el trabajo común", explica la adjunta de enfermería, Asunción Rubio. Los participantes deben estar muy motivados para dejar el tabaco. "Si no lo están, nada de lo que se haga serviría".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 11 de julio de 2005