Hace años fueron coches dejados por sus conductores sobre las aceras. Nos tuvimos que gastar dinero en decenas de miles de bolardos y en recrecidos de bordillos para defendernos de su invasión.
Hoy son motoristas, que con sus motos se adueñan del espacio reservado para el peatón, no sólo para aparcarlas, sino para circular por ellas. Y contra esto no nos valen ni los recrecidos ni los bolardos. No se les puede recriminar su actitud: se violentan. Es el incivismo de nuestros convecinos. Madrid me mata.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 12 de julio de 2005