Soy consciente de lo que el turismo representa en nuestro PIB. Pero ello no justifica que en la costa levantina apenas quede un palmo de tierra libre de la especulación inmobiliaria; urbanizaciones y más urbanizaciones, con unas exigencias de agua cada vez mayores, como si ésta no fuera a faltar nunca. Y es evidente la riqueza que para la Comunidad Valenciana ha supuesto el cultivo del naranjo. No por ello deja de ser una barbaridad el transformar montañas en plantaciones de cítricos. Plantaciones que, aunque el riego esté por goteo, también requieren un caudal considerable de agua.
No estoy en contra del desarrollo económico, pero sí de que éste no siga criterios de sostenibilidad. Quizá la actual sequía que padecemos contribuya a acelerar el tan deseado plan hidrológico y un pacto nacional sobre el agua que permitan un uso racional y solidario de las aguas superficiales y subterráneas. Pero que no se olviden los aspectos ecológicos, además de los económicos, si se desea que sea sostenible el desarrollo que promuevan en las distintas tierras de España. Lo contrario supondrá matar la gallina de los huevos de oro.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 17 de julio de 2005