Estados Unidos es el país de las oportunidades. La riqueza es evidente en ciudades como Nueva York, Detroit, Florida, Los Ángeles o Chicago, donde se concentran las mayores fortunas del mundo. Pero cuando ese enriquecimiento se construye sobre el fraude, la justicia actúa diligente y con dureza, sin hacer distinciones y convirtiendo en víctimas a los principales símbolos del sueño americano. El último ejemplo es el del fundador de la telefónica WorldCom, Bernard Ebbers, al que le acaban de caer 25 años de cárcel por la trama financiera que ocultó fraude contable.
Ebbers está considerado como el máximo responsable del mayor fraude en la historia corporativa en EE UU, y que llevó al colapso de la compañía en julio de 2002, hace ahora justo tres años, arrastrando con el empleo de miles de trabajadores y los ahorros de los inversores. A la pena de prisión se le suman los 45 millones que deberá abonar a los afectados por el fraude y que le obligará a desprenderse de todas sus propiedades personales, incluida su lujosa mansión en Misisipí.
El caso WorldCom forma parte de la ola de escándalos corporativos que afloró en diciembre de 2001 con el colapso de la eléctrica Enron y que sumió a los mercados de todo el mundo en una grave crisis de confianza.
Bernard Ebbers es considerado ahora como el icono de la era de la corrupción corporativa y del derroche durante los años más boyantes en Wall Street. Un título que recayó durante años sobre los tiburones financieros Michael Milken y Ivan Boesky, que a finales de los años 1980 pasaron a la historia por el masivo fraude de los bonos basura. Fueron los grandes precursores de los crímenes de guante blanco en EE UU. Milken pagó 1.100 millones como sanción por seis delitos financieros y fue condenado a 10 años de cárcel, aunque sirvió sólo durante 22 meses.
La multa a Boeky fue menor, de 100 millones, y fue condenado a tres años de prisión, de los que cumplió dos. Hasta el año pasado, cuando la empresaria más querida entra las amas de casa en Estados Unidos, Martha Stewart, fue condenada a cinco meses de prisión por no decir la verdad sobre una operación de venta de acciones de la farmacéutica InClone. Pagó además 30.000 dólares de multa. La justicia estadounidense advierte de que la consecuencia última de su conducta es la privación de la liberta y, en muchos casos, una condena de por vida. El ejemplo más reciente es el de John Rigas, fundador de la operadora de cable Adelphia, condenado a 15 años a pesar de su avanzada edad y de padecer cáncer. Junto a su hijo Timothy, crearon una trama que permitió ocultar una deuda de miles de millones y que acabó derrumbando la compañía. Timothy fue condenado a 20 años. En el caso de Ebbers se pidieron hasta 85 años. Stewart, Rigas y Ebbers son los nuevos tres casos que utiliza la justicia estadounidense para mostrar a los inversores que se están sacudiendo las alfombras. La aseguradora AIG, el gigante alimentario Monsanto o el titán mediático Time Warner aparecen también como protagonistas de esta oleada de escándalos tras el estallido de la burbuja tecnológica a finales de 2000, junto a entidades financieras de prestigio como Citigroup, JP Morgan o Bank of America.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 18 de julio de 2005