También lo que no gusta y no agrada, por su estética o por las opciones individuales de las personas, y que a su vez no recorta la libertad de los demás, merece un respeto. Eso es la convivencia y la tolerancia en su estado más puro. Y merece la pena vivir en una sociedad con esas normas de conducta, a pesar de los fascistas, los ultra nacionalistas, los fanáticos religiosos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 19 de julio de 2005