Una corrida de Núñez del Cuvillo con buen fondo para el caballo y con cuatro toros inválidos para lo demás. Material de derribo imposible de mantener una lidia más o menos digna. De esos cuatro lamentos que saltaron al ruedo, segundo y quinto, se salvaron. Aquél, con el hierro de Benjumea pero de idéntica procedencia del resto, tuvo interés. Salió a la plaza como ausente, adormilado y como si la cosa no fuera con él. Mas fue meterse en el caballo y cambiar el panorama. Se enceló bajo el peto unos cuatro minutos, sin que nadie fuera capaz de sacarlo. A su vez, el picador de tanda, aplicando castigo sin mesura. Más desangrado que sangrado ese toro se apareció fresco y con aire en la muleta. Sin molestarle, al compás que le marcaba, César Jiménez libró una terca y lista faena. Cuando el toro parecía apagarse y se quiso ir a tablas, Jiménez puso en escena unos rodillazos finales de mucho eco en el tendido. El quinto, de notable entrega en el caballo, tuvo buen son por el derecho y protestó por el otro. De nuevo mucho artificio en la faena de César Jiménez. Bien servida para la gente, que siempre estuvo al lado del torero.
Cuvillo, Benjumea / Abellán, Jiménez, Manzanares
Cinco toros de Núñez del Cubillo y uno, 2º, de Benjumea: correctos de presencia y muy flojos. Miguel Abellán: silencio y silencio. César Jiménez: saludos y una oreja. José María Manzanares: silencio y silencio. Plaza de Valencia. 23 de julio. 8º de feria. Media entrada.
Ni con el sobrero que hizo primero ni con el cuarto pudo entenderse Abellán. Dos tullidos animales que apenas le dejaron opción. Un calco para Manzanares, que se le murió de pie el tercero y el cuarto, que claudicó nada más abrirse de muleta, acabó echándose y apuntillado por la cuadrilla.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 24 de julio de 2005