El noble oficio de la política y de la gestión de la cosa pública consiste en dotar a la sociedad de los bienes y servicios que dicha sociedad demanda, tanto en el plano colectivo como en el individual, así como evitar que hechos que se analizan, como el reciente incendio de Guadalajara, no se produzcan en el futuro. Desde ninguna posición política se pueden justificar incidentes tan lamentables como el registrado días atrás en el Congreso de los Diputados entre el señor Rubalcaba y el señor Hernando mientras analizaban los sucesos de Guadalajara. Ni creo que dichos incidentes sirvan para mitigar el dolor de los familiares que perdieron a sus seres queridos ni para reducir la angustia de los ciudadanos de esos pueblos afectados por tan enorme desastre.
Sí es seguro que incidentes de este tipo, que se producen con demasiada frecuencia entre los políticos, especialmente desde las pasadas elecciones generales, contribuyen en gran medida a desprestigiar la política y a los políticos, y, lo que es peor, nos traen recuerdos muy desagradables de un pasado no demasiado lejano que todos estamos obligados (especialmente los políticos) a evitar que se pueda volver a repetir.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 27 de julio de 2005