Hay que creer en el vudú para que sus prácticas surtan efecto; la fe debe ser constante y verdadera. Esa teoría, entresacada de la trama de La llave del mal, podría servir para manifestar las razones por las que la película no acaba de cumplir su objetivo: si el protagonista, guía espiritual del espectador, no cree lo más mínimo en el vudú, no pasará el suficiente terror a lo largo del metraje y, como consecuencia, tampoco lo hará la platea.
La llave del mal, ambientada en el sur de Estados Unidos, plagado de supersticiones y miradas esquivas, se convierte así en una cinta de miedo que no produce escalofrío.
Hasta la más incrédula de las criaturas inventadas por el cine (del George C. Scott de Al final de la escalera al Gregory Peck de La profecía) se muere del susto ante alguna aparición y/o acción perpetrada por un espíritu o fuerza maligna. Pero la heroína de La llave del mal es tan brava que incluso la audiencia se envalentona ante tanta desfachatez, tanta cabeza de pollo, tanta vela, tanta reencarnación y tantos ojos vueltos del revés. Así que el público sólo acaba de despertar ante la pirueta, bastante más risible que efectiva, que ofrece el guión en su desenlace.
LA LLAVE DEL MAL
Dirección: Iain Softley. Intérpretes: Kate Hudson, Gena Rowlands, Peter Sarsgard, John Hurt. Género: terror. EE UU, 2005. Duración: 104 minutos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 29 de julio de 2005