Lleva por título Vascos sobre papel. Pero el título es engañoso, porque en la exposición hay cuatro esculturas. La galería bilbaína Juan Manuel Lumbreras ha juntado obras de 25 artistas vascos. La mayoría de ellos estuvieron encuadrados en aquellos tres grupos fundados a mediados de los años sesenta: Emen (Vizcaya), Gaur (Guipúzcoa) y Orain (Álava).
Los artistas que conforman la exposición son los siguientes (datados sus apellidos por orden alfabético): M.A. Álvarez, V. Ameztoy, A. Arias, R. Balerdi, J. Barceló, N. Basterretxea, D. Blanco, Bonifacio, J.R. Carrera, E. Chillida, G. Chillida, F. Echevarría, M.P. Herrero, A. Ibarrola, R. Lafuente, V. Larrea, R. Mendiburu, J. Mieg, Ortiz de Elgea. J. Oteiza, T. Peña, Ramos Uranga, A. Schommer, J.A. Sistiaga y J.L. Zumeta.
No obstante la exposición esté repleta de nostalgia, no vamos a adentrarnos en la interiorización psicológica de los recuerdos. Preferimos juzgar las obras en función del ahora mismo, teniendo en cuenta nada más lo que nos parece destacable de todo el conjunto expuesto.
Por las esculturas, dejan su marca personal Jorge Oteiza con una magnífica caja metafísica; Remigio Mendiburu con un hierro de ritmos sincopados y airosos; Ramón Carrera con una escultura donde tres piezas giran en torno a un eje para dotarse del movimiento que el espectador desee manipular; cierra el ciclo de escultores una obra de Vicente Larrea trabajada en su línea acostumbrada de convulsos rizos estetecistas.
Lo que se dice papel, hay que significar una xilografía a color de Ibarrola (1960), y allí, sobre la madera, unos hombres arracimados lanzan su protesta y gritos de viril civilidad. Tres grabados de pequeño formato de Eduardo Chillida son portadores de nítidas y conclusivas bellas formas en blanco y negro.
De los dos dibujos de Balerdi nos ha gustado sobremanera uno de ellos, el que contiene más espacios en blanco. Bonifacio aporta dos dibujos a lápiz, con su mágica dicción habitual. En una aguada de Amable Arias se insertan unos personajes diminutos, trazados con un sutilísimo humor. Zumeta aporta una acuarela-témpera, fechada en este año, pero dentro de su estilo de siempre: con potentes líneas y fulgentes colores. El dibujo titulado Temblor (1959) recuerda al Sistiaga de sus mejores momentos creativos. Una pintura sobre papel de Dionisio Blanco pone de manifiesto la doliente soledad de los personajes, aunque sean visibles ciertas insuficiencias en el dibujo. Tres excelentes fotografías de Alberto Schommer son como tres goznes de una enfelizada puerta que se cierra .
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 31 de julio de 2005