Pocos mercados como el de la ropa deportiva han experimentado un desarrollo tan intenso en las dos últimas décadas. El uso de este tipo de prendas se ha extendido hasta configurarse como una moda que, a su vez, sostiene un negocio de grandes inversiones; negocio que, por cierto, en muchos aspectos es tan maduro como otras actividades de mayor tradición. La operación conocida ayer por la cual el grupo Adidas absorbe a la compañía estadounidense Reebok responde precisamente a las exigencias de un mercado muy maduro. Adidas más Reebok se aproximan a la cuota de mercado que tiene la primera empresa mundial, Nike, y juntas se colocan en una disposición excelente para competir en Estados Unidos y el resto de América. Una alianza intercontinental (Adidas, con capital alemán y estadounidense, tiene su sede en Alemania y Reebok es propiedad del presidente de la compañía y de su mujer) para pelear por el primer puesto mundial en su mercado.
La lógica económica que empuja a la absorción puede explicarse con cierta facilidad. El negocio de Adidas y Reebok tiene márgenes muy bajos, como consecuencia de la intensa guerra de precios que han practicado las empresas. Requiere pues revitalizar periódicamente los márgenes por el procedimiento de mejorar las economías de escala (producciones más grandes, más capacidad de inversión y más recursos para invertir en tecnología). Las condiciones para competir en el mercado en el que producen Adidas y Reebok son el tamaño, la inversión en nuevas tecnologías y la internacionalización, que son precisamente las que se cumplen con la operación. Una cautela obvia: las autoridades de competencia de cada zona económica -Estados Unidos y Europa- opinarán sin duda sobre la absorción. Como debe ser.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 4 de agosto de 2005