El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Central Europeo (BCE) tienen una percepción muy diferente sobre la situación actual de la economía europea. Apenas cuarenta y ocho horas después de que el Fondo redujera la previsión de crecimiento anual de la economía europea desde el 1,6% al 1,3% y volviera a sugerir una reducción de tipos como remedio para el estancamiento económico de la zona euro, el presidente del BCE, Jean Claude Trichet, sostenía que las expectativas de recuperación económica en Europa justificaban de sobra la decisión de mantener los tipos de interés de la eurozona. Conclusiones tan diferentes forman parte de la discusión institucional y económica de fondo entre el FMI, cuya preocupación parece ser el crecimiento, y el BCE, cuyo objetivo principal es controlar la inflación.
La política monetaria de la zona euro es especialmente complicada porque los distintos países requieren tratamientos monetarios bien distintos. Alemania necesitaría quizá un coste más bajo del dinero, pero, de acuerdo con los criterios ortodoxos, España o Grecia requerirían políticas monetarias más estrictas. Para complicar la decisión, se dan dos circunstancias contradictorias. Por una parte, es evidente que la UEM no tiene en estos momentos un problema real de inflación; por otra, no está claro que una nueva rebaja de los tipos de interés en Europa tuviera los efectos de estímulo que se pretenden sobre las economías en peor situación, es decir, Francia y Alemania.
Así es que, al final, el reproche lógico a la gestión de Trichet es político. Si no es necesario reducir hoy los tipos porque se adivinan indicios de recuperación, ¿por qué no se abarató el dinero antes, en lo más intenso del estancamiento económico en los países con mayor importancia económica del área?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 9 de agosto de 2005