La Sala Rekalde de Bilbao posee un espacio agradecido. Todo lo que se expone en ese ámbito queda bien. Lo prueba la muestra conjunta de seis artistas en torno al dibujo, calificado en el texto de presentación, un tanto arbitrariamente, como de "baja resolución". Otra cosa es el juicio por separado que merece cada una de las aportaciones.
Tenemos al alemán Peter Pommerer (Stutgart, 1968), quien a través de unas rudimentarias plantillas inserta unos dibujos evanescentes, primarios, líricos, propios para el destino de las paredes de cualquier guardería de aquí, de allá o de aún más lejos.
Si nos atenemos a las líneas que definen el trabajo de Javier Peñafiel (Zaragoza, 1964) se diría que estamos ante un pensador sociológico de la talla de Karl Kraus. Luego, a través de la realidad dibujística plasmada en las paredes, percibimos que la grafía empleada es bastante paupérrima. Ya lo advertía Goethe: "Pensar es fácil, obrar difícil, y obrar según se ha pensado, eso es muy difícil".
La labor de Charo Garaigorta (Bilbao, 1964) viene a partirse en dos mitades. Mientras en una pared se presentan pequeños dibujos sobre aviones y aeropuertos al modo de vistas en planta (planimetrías filiformes), en otra pared ha pintado un sinnúmero de aviones, como bandadas de pájaros tricolores en vuelo hacia lados opuestos. En suelo, y en medio de la escena, ha colocado unas atrabiliarias telas. El empalme de las telas con los aviones resulta poco convincente. Sería distinto si en las telas estuvieran estampadas imágenes con aviones. Entonces se justificaría la razón de ubicar las telas en el todo.
La manera de componer y distribuir los murales por Francesc Ruiz (Barcelona, 1971) son su mejor cualidad. No obstante, la multiplicidad de dibujos de figuras y naturaleza varia que recorren las historias no pasan de lo discreto. Como no pasan, asimismo, de lo discreto las series de películas de Susanne Jirkuff (Linz, Austria, 1966) y Nathelie Djurberg (Lysekil, Suecia, 1978). En la artista sueca se entreveran la procacidad, lo siniestro y lo poético.
En el amplio hall de la citada Sala Rekalde se exponen algunas de las obras más recientes de Kepa Garraza (Berango, 1979). Tres cuadros hiperrealistas (digamos) y seis fotografías. Nos parece un error mostrar juntas las obras. Pese a que el tema de la violencia pueda servir de engarce, en este caso lo fotográfico acaba por anular el valor intrínseco que comporta la pintura. El efecto de la congelación instantánea de las imágenes pictóricas requiere exhibirse sin aditamentos ajenos a su propia liturgia técnica.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 15 de agosto de 2005