Los últimos datos de la ONU en materia de droga dejan a España en un embarazoso, preocupante y grave primer lugar mundial en consumo de cocaína, considerada hasta hace no mucho como una válvula de escape para potentados, al alcance de muy pocos bolsillos, a diferencia de lo que sucedía con la heroína. Naciones Unidas estima en 13,3 millones la cifra de consumidores de esta sustancia tóxica en todo el mundo, y en las prevalencias de consumo nuestro país está a la cabeza. El 2,6% de la población española esnifa cocaína, una décima porcentual más que la de Estados Unidos, y por delante del Reino Unido (2,1), Holanda (1,1), Alemania (0,8) o Francia (0,3).
Esta radiografía no significa que haya remitido la presión policial en la lucha contra el tráfico internacional de droga. Al contrario. Ni tampoco que el caso no haya merecido la atención suficiente de las autoridades públicas. España es uno de los socios de la Unión Europea que sobre el papel ha desarrollado una política más completa contra los problemas del consumo de narcóticos, independientemente de quienes defienden prohibicionismos o quienes apuestan por la permisividad. En 2004 fueron decomisadas aquí 33 toneladas de cocaína, que suponen más de la mitad de las incautaciones en todo el continente europeo. No cabe duda de que la nuestra es una de esas naciones que por su ubicación geográfica se ve más amenazada por la droga, tanto a través de Marruecos, uno de los mayores productores de hachís, como vía América Latina, y en particular Colombia, de donde procede fundamentalmente la cocaína. Paradójicamente, se ha reducido notablemente el cultivo de coca en el mundo, pero ello puede implicar una disminución de la pureza de la droga, aumento del riesgo y un abaratamiento de precio en el mercado ilegal.
El problema es doblemente preocupante si se tiene en cuenta la incidencia juvenil en el consumo de cocaína en España. La última encuesta escolar del Plan Nacional sobre Drogas, difundida el pasado diciembre, revelaba que el consumo de cocaína entre los jóvenes se ha multiplicado por cuatro en diez años, que ha disminuido el miedo al efecto de las drogas y que su adquisición es relativamente fácil.
¿Qué hacer ante ello? No es fácil dar con la respuesta, pero se impone una revisión de las actuales estrategias preventivas y educativas que vayan más allá de los simples eslóganes. Y una buena medida sería, por ejemplo, empezar por auxiliar más a los educadores, para impedir la venta de droga en las puertas de no pocos colegios a plena luz del día.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 7 de septiembre de 2005