Rebobinemos. Cuando tenía 16 años, Kiko Veneno -que acaba de publicar El hombre invisible- salió en compañía de Guillermo, su vecino y compinche, a ver mundo. Un viaje de iniciación sin un duro y en autoestop.
¿Kilómetros?
Unos cien. Íbamos de Sevilla a Huelva, a El Rompido, una playa en la desembocadura del río Piedra.
Imagino la emoción de dos pipiolos.
Para mí era como abrir los ojos a una vida nueva de libertad, de disfrutar con descaro. Era Semana Santa y aquello estaba desierto. Entonces acababan de poner el Polo Químico y no había la contaminación tan flagrante de ahora. La primera noche dormimos bajo unos pinos, escuchando los pájaros y las chicharras.
¿Algún encuentro interesante?
Fue la primera vez que conocí a unos hippies, una pareja de extranjeros. Estaban allí viviendo salvajemente, durmiendo bajo un plástico. Nosotros pusimos cerca nuestra tienda. Era el paraíso. Pasábamos el día juntos, yo tocando Donovan y Dylan con una guitarra flamenca con las cuerdas de acero.
¿Y qué fue del dúo inseparable?
Nos vemos, aunque menos. Diez años más tarde repetimos el viaje, yo, hecho un hippy consumado, y mi amigo, médico. Fue otro día estupendo. Ahora paso a menudo por allí. Me da mucha pena por cómo se ha perdido, como gran parte del litoral andaluz.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 10 de septiembre de 2005