En estas fechas que se debate sobre cómo financiar el déficit de la sanidad por la vía de impuestos directos o indirectos, y con la constante de fondo mundial sobre el ahorro de energía, yo propondría unas sencillas y rápidas medidas para ayudar en ambos sentidos.
Últimamente utilizo, por motivos laborales, los Ferrocarrils de la Generalitat. La semana pasada me reincorporé a mi puesto de trabajo después de las vacaciones estivales, y ya el primer día pude apreciar que el frío en los vagones de los trenes, sobre todo por la mañana, sigue siendo muy intenso. Si a esto le añadimos que la temperatura en los andenes de las zonas subterráneas es muy superior a la temperatura ambiente del exterior, el resultado es que se está sometiendo a los usuarios a unos cambios de temperatura muy bruscos, y si se tiene en cuenta que normalmente somos usuarios habituales o recurrentes, la consecuencia es un incremento de los resfriados y las patologías relacionadas con ellos (en verano esto antes no ocurría) que deriva en un incremento del gasto sanitario, incluyendo los gastos en medicación, además de los costes laborales y personales.
Si tenemos en cuenta que esto es extensible en la mayoría de los casos al resto de transportes públicos, metro, autobuses y también a muchos edificios públicos y privados, propongo simplemente que se regulen las temperaturas de forma que sean adecuadas al organismo humano -los expertos aconsejan que el aire acondicionado no baje de 24 grados- se ahorraría tanto en sanidad como en energía, además de los costes laborales y familiares derivados.
La tecnología actual permite fácilmente detectar y regular la temperatura adecuada mediante sensores para climatizar cualquier recinto. ¿A quién corresponde elaborar, si no existe ya, y aplicar la normativa necesaria? Comencemos por lo fácil y sigamos mejorando.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 11 de septiembre de 2005