Al margen de la ley que prepara el Gobierno, las asociaciones y los familiares siguen reabriendo fosas comunes de la Guerra Civil que el franquismo quiso condenar al olvido. En la foto, Agustín Elvira posa ante una enorme fosa en la que cree que está enterrado su padre, fusilado en 1942. Se trata de un lugar al pie del monasterio de Uclés (Cuenca), donde un grupo de un centenar de familiares buscan a los suyos, víctimas de la represión del 39 al 42, cuando el edificio religioso se convirtió en cárcel franquista.
Hay 316 entierros documentados, aunque podrían superar los 500. Voluntarios de toda España, coordinados por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, llevan todo el verano reabriendo la fosa y ya han localizado más de 50 cadáveres. El lugar, rodeado de una gran tapia, ha estado cerrado al público durante más de 60 años porque la iglesia rechazaba que los familiares pudieran velar allí a sus muertos.
Durante la dictadura, las viudas tiraban flores por encima de la tapia, ya que todo el pueblo sabía quiénes estaban enterrados allí sin lápidas ni nada para recordarlos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 12 de septiembre de 2005