Escribo todavía con las manos temblorosas por la discusión con un músico callejero que se pone todos los días en la esquina de mi casa. Desde las cinco de la tarde toca sin cesar el primer movimiento de la 5ª Sinfonía de Beethoven (si al menos la acabara...). Pero lo alucinante es que cuando bajas a decirle que toque más bajo, porque no puedes estudiar o, simplemente, porque hay una Ley Contra el Ruido que lo prohíbe, empieza a gritarte, a insultarte y a acusarte de vulnerar sus derechos de inmigrante. Todavía más alucinante es comprobar que la gente le apoya y te miran como a una rata insolidaria sin corazón. ¡Yo sólo quiero estudiar! Necesito ayuda, no entiendo este mundo. Mis ideas me impiden ser racista, defraudar a Hacienda (porque, está claro, este músico no paga impuestos), volver loca a la gente o amenazarla. Me siento impotente. ¿Alguien sabe cómo ayudarme? ¿Hay alguien que pueda ayudarme.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 15 de septiembre de 2005