Gris en todo. En toros y en toreros. Los de Jandilla, protestados. En el reconocimiento fueron desechados cuatro. ¡Cómo serían!, sin cara y sin seriedad. Los restantes tampoco fueron para romperse la camisa. Y los toreros, jóvenes, se supone que ambiciosos de gloria estuvieron fríos, distantes, monótonos e insípidos. Empezando por Marín, que sustituía a Finito de Córdoba, pasando por Perera, que se presentaba en esta plaza y acabando por Gallo, que era el color local de la tarde. Cada vez es más difícil ver a un torero cómo se pasa por la faja un toro en una tanda de cuatro o cinco pases ligados. Lo vimos el otro día en Morante y se conoce que se terminó la dosis. Magnífica dosis, por cierto.
Marín, sin apreturas de ninguna clase, fue tan inexpresivo como pesado en sus dos toros.
Perera, nuevo en esta plaza, cortó su faena en el primero porque alguien gritó "fuera" y para compensar se puso pesadito en el segundo.
Y Gallo, un torero muy frío también, cortó una oreja en el último intentando calentar con eso que ahora llaman "arrimón", palabra horrorosa donde las haya. Puso voluntad pero no llegó a redondear nada. Todo muy frío en una tarde en la que lo que de veras triunfó fue el tedio.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 19 de septiembre de 2005