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COLUMNA

El turnismo era una fiesta

Camps sonreía. Pla sonreía. Y sonreían Trillo y Rubalcaba y María Teresa Fernández de la Vega, y hasta el presidente Rodríguez Zapatero, que también sonreía, se marcó un tango de patio de conventillo: "Que ésta ha sido una reforma/ con mucho consenso, amigo/, y ése sí, y te lo digo, ése sí es el camino", o algo por ahí. Sólo Zaplana ni aplaudió, ni sonrió: mantuvo su cara más larga aún que de costumbre, "cara de caballo guapo", como le dijo Camilo J. Cela, al cronista, refiriéndose a la suya, a su cara, a la de Camilo, que era también mucha, además de larga. Habemus estatut de primera y el primero, ejemplo y modelo, dicen, de esta nueva oleada, que se nos echa encima, oleada de aspiraciones autonomistas y ni se sabe de qué otras turbadoras pretensiones, debió pensar Camps, mientras se glorificaba en olor de españolidad y constitucionalidad, por las que tanto había bregado su paladín Serafín. En el poco habitual sosiego parlamentario, se escucharon suspiros y se le puso vaselina a las intervenciones, y pese a tantas cautelas, y así, como a la remanguillé, algunas goteaban ácido prúsico sobre el proyecto catalán, cuando allí no se ventilaba ni una de sus letras capitulares. Pero el Estatut de las Cortes valencianas aprobó, con nota y palmaditas de señorías e invitados, el ingreso de admisión a trámite en el Congreso, y se puso de pantalón largo, por 306 votos a favor, 4 en contra y 12 abstenciones. Eso sí, como estaba previsto, habrá correcciones del texto, pero irrelevantes, de levedad técnica, mientras que la llamada cláusula Camps, "por carecer de fuerza jurídica", no ha ido más allá de un perendengue verbenero. ¿Y qué hay de los derechos históricos?, ¿Qué hacer con el decreto de Nueva Planta que dejó en escombrera los fueros valencianos? Los socialistas ampararán sus enmiendas en una disposición adicional de la Constitución, la primera, que según parece "tiene como referencia exclusiva las comunidades forales del País Vasco y Navarra", aunque el texto de la ley fundamental no establezca tales límites, ni siquiera se mencionen en los comentarios de algunos constitucionalistas. En fin, todo se verá de aquí a finales de octubre, cuando regrese al Congreso un Estatut enmendado y más que bien pactado, bien atado. En cualquier caso, Camps era una fiesta: con el beneplácito de los socialistas, se ha consagrado el turnismo, el bipartidismo, los viejos cánovas, los viejos sagastas, y a algunos miles de valencianos les han birlado, como de costumbre, a sus legítimos y necesarios representantes. ¿Qué se ha hecho de aquel invocado respeto a las minorías? Los partidos mayoritarios han puesto el cerrojo del 5% y se han pasado por la entrepierna la sugerencia y hasta la posibilidad de dejarlo en un 3%, ampliando así el ejercicio de la democracia parlamentaria y la comparecencia de otros partidos en las instituciones, ¿de quién son las instituciones? De todos menos del 5% de todos, que es una barbaridad y un atropello. Pues así anda esta curiosa democracia: marginando a quien le incordia y pueda llevarse por delante. Claro que muy a su pesar la democracia reside y se institucionaliza en el pueblo. Y lo de Fabra, ¿a qué esperan? Que los pactantes actúen: que el PP expediente y el PSPV se persone y denuncie esa "confirmación irrefutable del tráfico de influencias". No sólo a las maduras.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 25 de septiembre de 2005