Si esto fuera una guerra, no habría duda sobre quién la inició. Fuimos nosotros, y supongo que, como en todas las guerras, con la estúpida creencia de que podíamos ganarla. Y hemos puesto todo nuestro empeño en ello. Destruimos, deforestamos, explotamos hasta la extenuación, contaminamos. Hay signos más que sobrados de que nuestro empeño está teniendo sus frutos: los glaciares retroceden y las masas heladas del planeta se funden mientras la capa de ozono se esfuma. El cambio climático y el calentamiento global parece que han dejado de ser meras palabras.
Si esto fuera una guerra, no sería de extrañar que nuestro contrincante, la naturaleza, diera muestras de una irritación creciente, con fenómenos cada vez más extremos y violentos. Katrina y Rita han sido la penúltima bofetada a nuestra arrogancia, y lo que nunca antes había sucedido, la lista prevista de nombres para los huracanes de la temporada se agota. Si esto fuera una guerra, sería urgente una tregua unilateral y una reflexión de cara a una paz definitiva, porque de seguir así llevaríamos todas las de perder. Pero seguimos, porque esto, todos lo sabemos, no es una guerra.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 29 de septiembre de 2005