Camino de mi trabajo paso todos los días entre las diez y las once de la mañana por la plaza de Neptuno y es raro que no me encuentre con dos mujeres que abordan a turistas extranjeros que transitan por la zona, con el señuelo de ofrecerles unos claveles, leerles la mano o enseñarles un plano de la ciudad, pero cuyo fin último es, sencillamente, robarles.
Más de una vez me he enfrentado con estas personas y he conseguido que se alejen, no sin acaloradas discusiones previas que las posibles víctimas contemplan sorprendidas y con una agradecida mirada, aunque no comprenden lo que está pasando.
Es evidente que me enfrento a un riesgo, pero es que me produce auténtica vergüenza, como madrileño, contemplar estas acciones y pensar en la imagen que se llevarán los afectados de nuestra querida capital. Me pregunto: ¿es que la policía no sabe de esta actividad cotidiana de los malhechores? Estoy seguro de que sí, porque hay muchas pruebas de su eficacia en otros casos. Entonces, ¿por qué no hay más vigilancia en una zona de grandes hoteles y grandes museos, paso obligado de un turismo de calidad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 29 de septiembre de 2005