Lug fue el dios principal de ese panteón precristiano al que misteriosamente se alude como "la antigua religión". Su nombre ha consagrado la denominación de varias ciudades y pueblos a lo largo de la geografía europea, pero tal vez la raíz no esté tan clara en otros casos como en el de esta ciudad, Lugdunum -castro de Lug- en la que los romanos se aposentaron en el 43 antes de Cristo. Dos colinas, Fourvière y Croix Rousse, y dos ríos, Ródano y Saona, marcan la estructura urbana de Lyón. En realidad, la ciudad romana nació a partir de la fortaleza gala que coronaba la Fourvière. Con los siglos fue derramándose sobre la ribera occidental del Saona -lo que hoy se conoce como Vieux-Lyon- y luego cruzó el río, los ríos, hasta extenderse hacia el este con vigor de metrópoli. Pero para el visitante la parte más atractiva de la ciudad, la que reúne además los encantos de los antiguos monumentos y de los museos, los restaurantes y los diferentes comercios, es la que conserva los recuerdos de la ciudad fundacional, y la que, entre los dos ríos, el lento y verdoso Ródano y el más rápido y ocre Saona, viene acotada al norte por el bulevar de la Croix Rousse y al sur por la plaza de Carnot.
Tejados, chimeneas, cúpulas, torres, fachadas bien equilibradas, componen un panorama urbano abigarrado, pero lleno de armonía
Lyón es una de las indiscutibles ciudades gastronómicas y sede, por lo menos, de Paul Bocuse y de Jean-Paul Lacombe, que han tenido la buena idea de democratizar los productos de su talento estableciendo cada uno una pequeña red de restaurantes
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En la parte más antigua, el Vieux-Lyon, se superponen en poco espacio las cotas y los siglos, desde la ribera del Saona hasta la cumbre de la colina. En la ribera está la catedral de Saint Jean, ante la plaza más antigua de la ciudad. Aneja a la Manécanterie, el edificio medieval más venerable de Lyón, la catedral "primada de los galos" empezó a construirse en el siglo XII y se terminó en el XV. Sus formas arquitectónicas van, pues, del románico al gótico, tiene buenos vitrales y, como curiosidad digna de especial atención, un enorme reloj astronómico del siglo XIV que ya fue muy admirado en su época, con esferas superpuestas que señalan la posición de los astros, autómatas en forma de figuras sagradas y ángeles que hacen sonar un juego de campanas en las horas centrales del día mientras el gallo del pináculo cacarea y agita las alas.
Un barrio vivo y bullente
Desde el nivel de la catedral, en alturas sucesivas, se encuentran otros edificios públicos singulares, como el hotel de Gadagne, que alberga el museo histórico de la ciudad, pero que está en obras de restauración. Alrededor de él, repartidos en un pequeño número de calles y placitas, se agrupan más de treinta edificios civiles góticos y renacentistas, viviendas de tres o cuatro pisos a cuyos patios y escaleras se accede a través de los famosos pasadizos y corredores denominados traboules, algunos de ellos abiertos a la curiosidad del visitante. Un conjunto excepcional de las residencias de los burgueses y comerciantes ricos, donde también se alojaban los reyes, en esta ciudad que, desde mediados del siglo XV, gozó por privilegio real de cuatro ferias anuales, lo que la convirtió durante bastantes años en el centro comercial más grande de Europa. Lo peculiar de este conjunto urbano, protegido desde 1962 por la ley Malraux -que implantó un criterio nuevo en la salvaguarda del patrimonio arquitectónico-, es que está totalmente habitado, conformando un barrio vivo y bullente, lleno de pequeños restaurantes y comercios.
Dominando la colina de la Fourvière está la basílica de Notre Dame, a la que se puede llegar caminando, por cuestas y escaleras primero y luego por una senda empinada que atraviesa los jardines del Rosario y va permitiendo descubrir al visitante, a sus espaldas, poco a poco, el panorama de la ciudad. Tejados, chimeneas, cúpulas, torres, fachadas bien equilibradas, componen un panorama urbano abigarrado pero lleno de armonía. La basílica se edificó en el último tercio del siglo XIX, y en sus mármoles, mosaicos y vidrieras se acumulan, con un horror al vacío digno de asombro, casi todos los elementos ornamentales de la sensibilidad kitsch de su época. Desde esa altura el conjunto de la ciudad se hace más compacto, con el trazado de los dos ríos que la atraviesan. Cerca de la basílica permanece lo que queda de los teatros romanos, abiertos al vertiginoso panorama de ese horizonte tan urbano en lo inmediato, y el Museo de la Civilización Galo-Romana, de arquitectura funcional y muy bien integrado en el paraje, con un depósito estimable de objetos, tallas, aras y mosaicos.
Casi una isla
Al otro lado del Saona, antes de su confluencia con el Ródano, se extiende la Presqu'île -una especie de península que, como señala el topónimo, es casi una isla-, la parte de la ciudad que, rematada al norte por la colina de la Croix Rousse, tuvo su esplendor entre los siglos XVI y XIX, y sigue perfectamente viva, con calles amplias y largas y plazas muy hermosas: Terreaux, Jacobins, Celestins, Bellecour. Todavía en esta parte hay alguna construcción medieval, como la basílica románica de Saint-Martin d'Ainay, pero ya la ciudad está marcada por otros tiempos y otros intereses. En Lyón comenzaron a implantarse a mediados del XVI -precisamente en la colina de la Croix Rousse- manufacturas de seda que asentaron una industria muy poderosa durante muchos años, que vistió los cuerpos y decoró las viviendas y palacios de la alta burguesía, la aristocracia y la Iglesia. No puede parecer raro que en Lyón inventase Jacquard a finales del siglo XVIII la máquina de tejer -creando con ello memorables agitaciones sociales-, ni que la máquina de coser fuese también inventada por un lionés, Thimonnier, en 1830. En el Museo de Textiles -que está unido al de Artes Decorativas- hay un panorama meticuloso, sorprendente, de lo que supuso la sedería lionesa en todos sus aspectos. Como curiosidad hay que señalar que en este museo se conserva el vestido Delfos que, inspirado en el Auriga y diseñado por Mariano Fortuny, dio origen a toda una concepción de la ropa femenina en los felices años veinte.
También en esta zona de la ciudad se encuentra el Museo de la Imprenta, pues no hay que olvidar que en Lyón fue impreso el primer libro en lengua francesa y también el primer libro ilustrado con grabados en madera. El museo no es muy grande, pero tiene secciones bien delimitadas sobre la invención de la imprenta, las técnicas de impresión e ilustración y el arte del grabado en madera, con una estupenda colección de grabados, entre otros los que se hicieron sobre los dibujos de Doré para ilustrar las obras de Rabelais, que siendo médico de uno de sus hospitales, escribió en Lyón Gargantúa y Pantagruel. También en Lyón, a principios del siglo XIX, un tejedor llamado Mourguet talló las figuras del teatrillo de Guiñol, dándole una forma dramática que luego se extendería por todas partes, y hay un museo de los autómatas que muy probablemente decepcionará al visitante, salvo que viaje acompañado de niños. En relación con el espectáculo, recordemos que Auguste y Louis Lumière inventaron en Lyón el cinematógrafo -del que pensaban que "no tenía ningún futuro comercial"- y en el Instituto Lumière de la ciudad se muestra toda una prehistoria del espectáculo mayor de nuestro tiempo.
Baudelaire
Hay muchos más museos, pero no hay que perderse el de Bellas Artes, que tiene una colección importante de obras, desde Egipto hasta el impresionismo. Al visitante puede proponérsele, como peculiaridad, conocer la serie de 18 pinturas llamada Le poème de l'âme, de la que fue autor Louis Janmot, presentada en la Exposición Universal de París de 1855 y que a Baudelaire le interesó mucho ("turbadora y confusa", dijo de ella). En la serie hay cursilería, pero también misterio y hasta una clara premonición surrealista. Otra obra que el visitante no debe perderse son los Portraits des celebrités du Juste Milieu -bustos de parlamentarios-, bronces realizados por Daumier en 1831 y 1832.
Claro que hay que reponerse de tanto pasear por ese Lyón que va de Roma al siglo XIX, y de tantas visitas a museos. No hay que olvidar que Lyón es una de las indiscutibles ciudades gastronómicas -hay quien la ha denominado capital mundial- y sede, por lo menos, de Paul Bocuse y de Jean-Paul Lacombe, que han tenido la buena idea de democratizar los productos de su talento estableciendo cada uno una pequeña red de restaurantes -Les Brasseries Bocuse, en un caso, y Des Bistrots de Cuisiniers, en el otro- que pueden ayudar al visitante no sólo a recuperar fuerzas y ganas de andar, sino a completar su comprensión de esta vieja ciudad de los dos ríos y de las dos colinas que lleva el nombre del dios de dioses de un tiempo olvidado.
- José María Merino (1941) es autor de Cuentos de los días raros (Alfaguara, 2004).
GUÍA PRÁCTICA
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 1 de octubre de 2005