Acabo de regresar de Praga, donde cayó en mis manos el número de EL PAÍS de fecha 15 de septiembre con el artículo titulado Kafkiana, de Juan Cruz, tratando precisamente a los checos y sus modales tras su revolución de terciopelo.
Mis amigos y los parientes de mi mujer checos opinan que lo más kafkiano de este reciente periodo de la historia de esta noble nación es el regreso de la vieja aristocracia y la entrega de las riquezas del país a los consorcios alemanes y a los ricos de antaño, como lo es el duque de Schwarzenberg. Este mismo señor es el mecenas que financia la revista Respekt, que persiste siendo distribuida gratuitamente a un público selecto.
Durante nuestra estadía en Praga apareció una lujosamente compilada revista que pretende presentar los eventos en la capital. Allá pululan diplomáticos, directores de empresas, actores de Hollywood, presidentes y Very Important Persons. Entre ellos aparece el rey Carol de Rumania con la reina su esposa, y se le dedica una página entera precisamente al duque de Schwarzenberg, quien dice en la entrevista que se le hizo que, siendo hombre rico, goza de la reputación de no necesitar ser corrompido. Lo que discretamente calla es que, siendo el jefe de una de las grandes familias aristocráticas de Austria, y uno de los más grandes terratenientes, pudo recuperar las vastas tierras en Chequia que los comunistas le habían confiscado. No extraña, pues, su entusiasmo por la revolución de terciopelo.
Si el periodo comunista era kafkiano por los abusos de los funcionarios del poder que sólo lo tenían gracias a los tanques soviéticos, ¿qué apodo merece el actual periodo con sus bellas fachadas renovadas y los alquileres inasequibles, los precios diariamente en aumento, las grandes empresas industriales entregadas a consorcios alemanes, el desempleo y la pobreza de los viejos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 3 de octubre de 2005