Intramuros, nuestro presente viene marcado por la lucha salvaje de los ricos para hacerse con el poder económico -Endesa, Gas Natural, ACS, Inditex, BSCH, etcétera- que tiene su metáfora en el fútbol, la fórmula 1 o la pasarela Cibeles. En la parte baja de la tabla -para entendernos en el único lenguaje que parece entender el común de los humanos- el grueso de la sociedad se debate por la subsistencia -ahogados por las hipotecas, la precariedad laboral, los salarios miserables, el fracaso escolar, la violencia de género, la falta de tiempo libre, el consumismo, el hartazgo político, la admonición religiosa-ideológica-sanitaria, la soledad, el aburrimiento-.
La clase política debate cuestiones que sólo a ellos preocupa, como la vertebración del Estado, cuando a la gente la única vertebración por la que clama es la de la convivencia basada en el respeto mutuo, la justicia social y el bienestar. Entre bambalinas, arrastrándonos a todos nosotros hacia las tenebrosas tinieblas del pasado: la Iglesia, el Partido Popular, la FAES, los legionarios de Cristo, el Opus, etcétera.
Extramuros, nuestro presente viene marcado por la absoluta desesperación del 90% de la población mundial, que se debate entre resignarse a padecer la miserable existencia a la que le hemos condenado, buscar refugio en nuestra casa o declararnos la guerra santa. Completando este hermoso paisaje: la naturaleza quejumbrosa, devastando ciudades y poblaciones o derritiendo el Polo Norte.
Éste es el mundo al que hemos llegado, a la conclusión del año 2005 de la era cristiana. No creo que tengamos muchos motivos para celebrarlo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 4 de octubre de 2005