Fue ayer un día particularmente francés y afortunado en el Festival de Sitges, porque los programadores quisieron juntar en un mismo día dos películas de intenciones y logros opuestos, pero para nada desdeñables, y ambas centradas en una dimensión del fantástico que podríamos denominar como inquietantemente cotidiana. La mejor es Le moustache de Emanuel Carrère, crítico y escritor antes de dirigir, mientras que Lemming de Dominik Moll, el director de Harry, un amigo que os quiere, vista aquí en 2001, resultó un tanto decepcionante: tras un comienzo brillante y poderosamente perturbador, se pierde en una segunda parte de posesiones fantasmales y rumbo errático y fallido.
Tiene Le moustache un punto de vista tan cotidiano que resulta peculiarmente insólito: lo que le ocurre a un hombre que un buen día se afeita el bigote... y nadie se da cuenta del cambio, empezando por su esposa. Pero este arranque no es más que una coartada para contar una historia de identidades problemáticas y de caminos erráticos y sin rumbo: enfrentado a lo que a él le parece una conspiración de sus más cercanos para internarlo en un psiquiátrico, nuestro hombre huirá a Hong Kong, sólo para encontrarse allí con su destino, que es como una repetición sonámbula de su vida pasada... o nada de eso. Brillante, punzante y original reflexión sobre la ceguera de ciertos itinerarios narrativos y de los hábitos más frecuentes de los espectadores cinematográficos, el filme brilla con luz propia en medio de una programación a concurso que este año ha olvidado, y es una fortuna para todos, el hachazo fácil y la hemoglobina de atrezzo para centrarse en incertidumbres e historias menos convencionales, decididamente más interesantes.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 14 de octubre de 2005