El ver el día de la(s) fiesta(s) nacional(es), con esa escenificación estética tan pulida, limpia y ordenada, hace que las conciencias de algunas personas se relajen y queden fascinada con los desfiles y discursos, con las músicas militares e himnos nacionales, con sus ¡vivas! y ¡goras! y con los semblantes de satisfacción y gozo patrio que tienen buena parte de los que toman parte en dicho evento.
Es todo tan distinto a las miradas llenas de lágrimas y miedo de los inmigrantes africanos, acompañadas por sus gritos de dolor y peticiones de auxilio (¡"
please, please"!) y por el ruido de sus pisadas por las áridas carreteras. Frente a los desfiles militares, es el suyo un caminar desordenado, hambriento y cansino, lleno de suciedad, sudor y sangre. Su contemplación hace que a quienes les ven y mantienen aún algo de espiritu humanitario se les desasosiegue y entristezca la conciencia.
¿Para cuándo la institución del Día de la Fiesta Mundial? ¿Quizás para el 28 de diciembre, o tampoco tendría cabida ese día?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 16 de octubre de 2005