Como en uno de los más inquietantes cuentos de Julio Cortázar, Casa tomada, un hombre que acaba de sufrir una pérdida, el abandono de su esposa, vaga solo por una inmensa mansión en la que poco a poco cree apreciar signos de la presencia de extraños. Qué, o quiénes, son, qué se proponen, qué hacen: he aquí un punto de partida interesante para este debú en la realización de un premiado cortometrajista, Guillem Morales.
Un punto de partida que haría las delicias de un Roman Polanski, por cierto, y de su extraño, misántropo guionista, Gérard Brach; pero que en manos de nuestro hombre deviene pronto en una historia de dobles personajes, de alienación, de locura.
Tiene gracia El habitante incierto, a pesar de sus debilidades (y una, y notable, es una dirección de actores manifiestamente mejorable: que la habitualmente tan interesante Mónica López no se luzca más, y encima con dos personajes, clama al cielo). Y la tiene por dos razones principales: una porque, a pesar de que el guión del filme podría haber sido mejorado, su apuesta por un fantástico cotidiano, alejado por completo del hachazo y la sangre fácil lo hacen un producto inquietante. Y dos, porque a pesar de sus deficiencias, sirve para que su director se luzca en al menos uno de los terrenos de su competencia, como es la creación de la puesta en escena: su cámara siempre se mueve con elegancia, la sensación de agobio que procura en el público no necesita del recurso de sustos de pacotilla... en suma, lo que hace del filme una sólida tarjeta de presentación en sociedad de nuestro hombre. Que, al fin y al cabo, es lo que debería ser siempre una buena ópera prima.
EL HABITANTE INCIERTO
Dirección: Guillem Morales. Intérpretes: Mónica López, Andoni Gràcia, Francesc Garrido, Minnie Marx, Agustí Villaronga. Género: fantástico. España, 2004. Duración: 90 minutos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 21 de octubre de 2005