Nunca ha estado la Sinfónica de Baltimore entre las grandes formaciones americanas.
Fuera de la exclusiva liga de las big five, incluso considerada generalmente por debajo de San Francisco, Minnesota o Cincinnati, la realidad es que, después de oírla el sábado en la que posiblemente fuera su primera visita a España, hay que empezar a cambiar de opinión. Se trata de una formación estupendamente abrochada, bien equilibrada, de excelente sonido general y con unos cuantos primeros atriles -concertino, flauta, oboe y clarinete- de muchos quilates. Toda una sorpresa de esas que renuevan las rutinas de escuchadores que se creen al cabo de la calle. Mucho ha debido tener que ver en ese alcance de la excelencia la peculiar figura de su titular, el ruso Yuri Temirkanov.
Orquesta Sinfónica de Baltimore
Yuri Temirkanov, director. Terrence Wilson. Obras de Gershwin y Dvorák. Auditorio Nacional. Madrid, 22 de octubre. Orquestas y Solistas del Mundo. Ibermúsica.
El sábado lo demostró con un Gershwin -Un americano en París y Rapsodia en blue- lleno de swing, divinamente tocado, con una frescura y una competencia que iban de la mano.
Estupendo el pianista Terrence Wilson, vivaz y pimpante. La segunda parte la ocupó una preciosa versión de la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Dvorák, una pieza que tocada así parece nueva. El Largo se dijo con una intensidad y un cuidado admirables, en una comunión entre orquesta y maestro que volvió a traslucir lo bien trabajada que está la formación americana.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 24 de octubre de 2005