La política espera y los políticos no pueden traicionarla, es necesario que la hagan por la tranquilidad de los ciudadanos, por el inteligente y sereno discurrir de la vida cotidiana, es decir de la vida. El Congreso de los diputados vivió ayer una de esas jornadas llamadas históricas, una jornada que comenzó con tres discursos que rompieron los de los catastrofistas, tres discursos en busca de consenso, tres discursos en busca de acuerdo. Por cierto, qué bien que la posibilidad parlamentaria permita asistir alguna vez a momentos tan vibrantes como el que proporcionó la andaluza catalana Manuela de Madre: ¡a mí nadie me echa de España!, dijo, ni me echarán de España por defender a Cataluña, ni me echarán de Cataluña por defender la unidad de España. Conviene resaltar que dijo exactamente "por defender la unidad de España". Debieron moverse inquietantemente algunos asientos en las filas de la derecha más exaltada. Si luego de los tres primeros discursos, si oído el presidente del Gobierno, Rajoy insistió en el suyo, él sabrá qué o quién le obliga. Como Arenas, que aquí en Andalucía se mantiene en la misma línea de riesgo, que hace pedir a un Juan Ignacio Zoido en estado de exceso, que los diputados socialistas en el Congreso voten en contra de la reforma del Estatuto, sin más matiz, no a la reforma, lo que acaso haya sido un lapsus que evidencia su no a cualquier reforma, su miedo a que algo se mueva, su inmovilismo, que puede llegar a intranquilizar tanto como los excesos del texto catalán, que los tiene, y a los que el Gobierno andaluz se opone firmemente. Y, por cierto, que el principal de todos los excesos de la propuesta catalana, el del sistema de financiación acordado bilateralmente entre Cataluña y el Estado, es el que más rotundo rechazo merece por parte del Gobierno andaluz, tan rotundo como el que manifestó en su día contra el sistema de financiación que acordaron, de manera bilateral, conviene recordarlo, Cataluña y el Estado, o más exactamente Pujol y Aznar. Así pasó y si Arenas tuviera buena memoria a lo mejor atemperaba su discurso y se unía a la firmeza de la Junta de Andalucía, en lugar de crear situaciones de ficción que a nada conducen, a nada positivo y beneficioso para los ciudadanos, que tiene que ser el fin último de toda política y por tanto de la actuación de todo político.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 3 de noviembre de 2005