Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
Crítica:POESÍA

Un canto acusmático

El primer libro poético de Ángel Herrero (Madrid, 1951), estudioso del ritmo e investigador de la lengua de signos, tiene ya en su título, Adamor, resonancias de San Juan de la Cruz, quien en sus exégesis de las canciones aclara que, con respecto a la amada, el amante "no sólo la amaba prendado en su cabello, mas que la adamaba llagado en su ojo". A partir de un páramo interior, el sujeto andariego y ensimismado sale al mundo en busca de una palabra que poco a poco se va abriendo a un interlocutor futuro en cuyo oído sonarán estos cantos acusmáticos, redimidos de la sequedad espiritual por un amor que hacia el final cobra entonación casi whitmaniana.

En este recorrido, el amor se concreta y se desplaza desde el mundo sideral ("africadas estrellas") o el de la naturaleza inmediata ("La zarzamora en flor, medusa hambrienta / en bocas de la luz") hasta la humanidad toda, y desde las mujeres que figuran como piedras miliares de una existencia hasta aquella (carmen, 'canto') en que se detiene la voz y cuya mano "va leyendo risueña tus destinos cordiales, / deletrea tus ojos y tu frente bisílaba". El poeta sale a la claridad de las palabras desde un mundo como un caparazón vacío, lo que permite vincular su libro, San Juan aparte, a Descripción de la mentira, de Antonio Gamoneda; y el encantamiento de su fraseo concuerda con el orfismo de un Juan Carlos Mestre, o con ciertas letanías de Juan Eduardo Cirlot: excelentes consonancias, por cierto.

ADAMOR

Ángel Herrero

Aguaclara / Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert. Alicante, 2005

52 páginas. 10 euros

El libro es un poema único en 33 cantos que han de ser leídos, o mejor oídos, sucesivamente, según requiere la aventura vital que registran. La línea melódica es ondulante y el ritmo poco marcado, pues los versos clásicos con sus columnas acentuales están unas veces descompuestos y otras subsumidos en versículos más amplios, que, al revés que en los melismas del gregoriano pero con resultado parejo, sostienen varias sílabas sobre el mismo segmento musical. Se relaja así la rigidez métrica, con un efecto sinuoso y casi mareante, como música de sirenas. Aunque al final el canto alcanza la incandescencia, su dicción pletórica no incurre en estertores báquicos o en las sacudidas epilépticas del entusiasmo, como antes no lo hizo en las de la desesperación. Llegado a tal punto, puede ya el lector deponer su pretensión de entender, y dejarse mejer por estos versos conturbadores.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 5 de noviembre de 2005

Más información

  • Ángel Herrero