La primera ley que se aprobó en España en el siglo XXI fue la ley 1/2001, la Ley de Aguas; desde entonces casi cinco años han pasado y la situación es bochornosamente peor que antes: planes hidrológicos que no tienen nada de lógicos, embalses que no se construyen, redes que no se reparan, ahorros que no se producen, piscinas y golf para todos y constructoras frotándose las manos porque van a realizar el negocio del siglo: construir, gestionar y mantener las desalinizadoras que no pudieron hacer en 1996 porque le dio por llover.
En estos últimos 20 años, la política de ahorro ha sido el pariente pobre de las políticas del agua, limitándose las compañías a subir los precios con las excusas de las mejoras de la red. España debería tener la mejor red mundial si nos atenemos a las subidas. Pero no, tenemos un país que se ha convertido en un desierto en el que los bosques (los principales garantes de la recarga de acuíferos) han ardido y la única solución que nos aportan es gastar petróleo para generar electricidad y desalar el agua. Antes sacaban a las vírgenes, ahora sacan las desalinizadoras. España progresa, sin duda.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 14 de noviembre de 2005