Es muy raro en estos tiempos encontrarse de frente una película que no sólo no oculta, sino que hace del cine religioso y de la reflexión sobre la fe como lucha a brazo partido contra la realidad su principal arma y discurso. En este sentido, este primer largometraje comercial de un cortometrajista de sólido oficio, Manuel Fernández, debe ser valorado por lo que es: un filme hecho contra las modas, contra los géneros y más allá de cualquier ortodoxia. Una película que no oculta las influencias ajenas (el Bergman de comienzos de los sesenta; Lars von Trier, y hasta el Tarkovski de sus últimos filmes), pero que borda un discurso propio: cierto, cargado de solemnidad y hasta de patetismo, pero coherente hasta el dolor. Y muy respetable.
LA PIEL DE LA TIERRA
Dirección: Manuel Fernández. Intérpretes: Sergio Peris-Mencheta, Carmen del Valle, Manuel de Blas, Manuel Galiana, Pilar Barrera. Género: drama. España, 2004. Duración: 97 minutos.
Peripecia que habla sobre el hombre en tiempos de guerra, el filme se apunta a una tradición metafórica que tiene poca tradición en nuestro cine, donde abundó más el filme religioso de lagrimón fácil y ortodoxia a machamartillo que cualquier propuesta que presuponga que la fe es algo que se conquista día a día, y que con igual facilidad se pierde. Narrada con pulso firme, la película coloca a sus personajes bajo una situación de máxima paradoja para un creyente: la guerra como designio de la divinidad o como perversión de los hombres.
Sobre este telón de fondo, cuya inspiración se deja ver ya en los primeros planos (que reproducen uno de los cuadros más crueles de Brueghel el Viejo, El triunfo de la muerte), y no es otra que una reflexión sobre el destino humano y el poder, es sobre el que Fernández traza su desolador cuadro. Y la conclusión no puede ser más terrible: desconozco si el cineasta participa del sentir expresado por el papa Benedicto sobre que estos tiempos lo son de jabalíes que asolan las vides, pero la conclusión del filme deja poco espacio para la esperanza. Se podrá objetar que al final parece vislumbrarse algo así como un destino abierto en forma de recién nacido; pero no cabe duda de que por la película circula un inclemente, terrible hálito de apocalipsis.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 25 de noviembre de 2005