Para mí el nacionalismo es una cuestión de sentimientos sin exclusión, de orgullos y vergüenzas. Puedo estar orgulloso de tener una lengua propia con sus connotaciones culturales, un patrimonio histórico, un paisaje, el Mare Nostrum, una paella como entidad gastronómica y hasta un cierto orgullo si el Valencia gana la liga.
Pero siento vergüenza si contemplo la irreparable herida que el negocio de la construcción esta abriendo en nuestro entorno. Y me avergüenza que haya tenido que ser la Comisión Europea y no nosotros los que hayan levantado la voz. Que no seamos capaces de ver a través de la cortina de humo que nos han puesto delante (la lengua, el agua, la enseñanza de la religión, etc.) la barbarie de la que estamos siendo víctimas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 18 de diciembre de 2005