En nombre de los abajo firmantes y en el mío propio quisiera hacer unas puntualizaciones a la carta publicada en la sección Opinión del Lector del diario EL PAÍS el pasado día 13 de diciembre y firmada por Cristina González, bajo el título Me pregunto.
Como usuarios habituales del Parque Manzanares constatamos que la relación que hace la señora González de enseres, materiales y objetos de todo tipo, maltratados unas veces y destrozados o robados otras, se atiene bastante a la realidad.
Parece que los seres humanos, cuanto más avanza y se desarrolla nuestra civilización, más incívicos e irrespetuosos nos volvemos, especialmente con lo que es de todos y de nadie.
Si tenemos parques, procuramos destrozarlos; si se trata de nuestros campos, montes y bosques les quemamos; a las mascotas -y en ocasiones a las personas mayores- las abandonamos en las gasolineras cuando nos vamos de vacaciones porque son un incordio.
Pues bien, para reconducir o mejorar comportamientos de este tipo no existe vigilancia privada o pública suficiente en el mundo.
Es imposible acabar con tanto despropósito a base de reprimir las conductas; eso nunca ha dado buenos resultados.
Nuestro interés por lo que ocurre con el mantenimiento de este precioso parque nos ha llevado a observar que, desde principios de verano, se ha producido un cambio notable, por lo que se refiere a su gestión y conservación.
Hay más jardineros y personal diverso para el mantenimiento del recinto; existe, o así nos parece a nosotros, una mayor sensación de seguridad y control también diré que se están recuperando un buen número de animales abandonados.
Al interesarnos por el material desaparecido y las zonas estropeadas, se nos informa de que todo está reflejado en los partes de incidencias y pendiente de reparación o reposición en su caso.
Creemos, sinceramente, que algo sí ha cambiado en el Parque Manzanares.
Sería bueno que todos observáramos un comportamiento más civilizado con la naturaleza y con los bienes de uso común, porque es muy difícil contrarrestar los malos usos y costumbres a base de que alguien nos vigile, nos corrija o nos sancione.
Así no vamos a ninguna parte.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 22 de diciembre de 2005