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COLUMNA

Dificultades

Esta noche nace el Niño Dios. No será un parto sencillo, porque ser Dios y justo resulta cada vez una tarea más compleja. Supongo que cada época padeció sus dificultades, pero los retos democráticos de nuestro tiempo han convertido los belenes en un campo de minas. No me gustaría estar en la piel de Dios, confieso que no sabría resolver mis contradicciones. Por ejemplo, tendría mala conciencia a la hora de nacer niño, negándole a las mujeres su derecho a ser Dios. Si Dios naciera niña, sus sacrificios femeninos, aparte de dignificar nuestras vidas familiares, podrían facilitarnos la vida eterna. Hay quien piensa que se arreglaría el asunto con una reforma de los códigos espirituales para permitir que las niñas lleguen a ser el Niño Dios. Sin embargo, yo no lo tengo tan claro. No creo que sea democrática una medida que convertiría en Dios a una niña por derecho de nacimiento, marginando de las altas jefaturas divinas al cien por cien de los hombres y al noventa y nueve por ciento de las mujeres. Nacer Dios y mantener una apariencia democrática se me antoja un asunto complicado, sobre todo si a Elton John le da por componer villancicos alternativos. Y es que también deben considerarse los problemas de la identidad. Aunque uno sea Dios o sea Diosa, cada vez parece más difícil estar al mismo tiempo en todas partes. Los andaluces nos conformamos con el cincuenta por ciento de Dios, cediendo el otro cincuenta al resto del Estado. Pero los catalanes no están por la labor, y quieren que Dios tenga burbujas y sea cien por cien catalán. Llevan los asuntos nacionales en el alma, como un pecado original, y no hay palabra que sane o calvario que redima. La cosa se complicaría mucho si además de andaluces, catalanes o vascos, hubiese que calibrar los derechos de los subsaharianos o los bolivianos. Sería una extensión ardua de la divinidad, y eso que todas las deudas históricas adquiridas invitan a pensar que una versión actualizada de la Madre de Dios se identificaría mucho con una adolescente africana amenazada por el hambre y por el sida en los márgenes de una ciudad moderna.

Si yo tuviese que cumplir hoy con el papel de Dios, tendría muchos problemas para dejar que me bautizaran en una iglesia católica. Un Dios o una Diosa, como un Rey o una Reina, aspiran a ser de todos. Y la verdad es que en España hay católicos, protestantes, judíos, musulmanes, agnósticos, anticlericales, entre otras muchas y variadas creencias. La Conferencia Episcopal, además, lo está poniendo muy difícil. Se ha constituido en brazo mediático de la extrema derecha española para insultar, odiar y vejar. Bautizarse ahora es tomar partido contra un sector muy amplio de la sociedad española. Para ser un dios justo, no sabría si nacer Diosa o Dios, catalán o andaluz, homosexual o heterosexual... Lo único que tendría claro es que no debería bautizarme, aunque sólo fuese por respetar en público los derechos del niño o de la niña. Además me haría falta mucha paciencia para aguantar que algunos columnistas se atreviesen a decir sobre mi Sagrada Familia lo que no se atreven a escribir sobre otras familias españolas. Así que me apiado del Dios que va a nacer esta noche en unas condiciones de pobreza que no son las de la clínica Ruber. No hay Dios que nos entienda.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 24 de diciembre de 2005