La sociedad se ha conmovido ante la noticia de una mujer quemada en un cajero de Barcelona. Nadie entiende cómo se puede llegar a esos extremos de violencia gratuita. Los autores eran "unos chicos normales", un poco conflictivos, pero parece ser que no pertenecían a ninguna organización violenta o radical. Seguramente era su forma de divertirse. Sin embargo, hay mucha lógica en la elección de la víctima. Los agresores eligen a los más indefensos, y en esta sociedad hay pocos colectivos que lo sean tanto como las personas sin hogar.
Nadie encuentra explicaciones a lo que ha pasado. Pero pocos se preguntan por qué Rosario tenía que vivir en un cajero. Los políticos se lamentan, muestran sus condolencias. Y en la misma ciudad, una nueva ley penaliza a las personas que viven en la calle. Los medios de comunicación resaltan lo ocurrido, pero siguen estigmatizando a unas personas que suelen haber sido más víctimas que cualquier otra cosa. La sociedad se conmueve, pero a la vez pasamos de largo sobre este problema social.
De la exclusión y el desprecio diario al que sometemos a las personas sin hogar, a lo ocurrido en Barcelona, sólo hay que dar el paso de la violencia física. Nadie encuentra razones para lo que le hicieron a Rosario. Pero la sociedad no trata como personas a los hombres y mujeres que lo han perdido todo. Quizá, como en tantos otros casos, no estemos dispuestos a aceptar que todos somos un poco responsables de la última barbarie.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 27 de diciembre de 2005