Reflejaba estos días el informe del CIS la presunta preocupación de los ciudadanos españoles respecto el alto número de inmigrantes que hay en el país. De hecho, el incremento de la inmigración es algo nuevo, pues hace poco más de una década que España comenzó a recibir inmigrantes.
Pero lo que es indiscutible es que España ha sido un país forjado por inmigrantes, un país de inmigrantes. Millones de españoles tuvieron que buscarse la vida por el mundo (América y Europa en mayor medida), pasando por muchas dificultades, tragando mucho, inclusive aguantando bastantes indignidades por parte de los ciudadanos de los países receptores.
Que hoy se reflejen estas cifras de preocupación resulta preocupante y a la vez decepcionante. Parece que a la gente no le ha interesado su memoria histórica, carece de ella o bien no lo quiere recordar por unos motivos u otros, que yo no soy quién para juzgar ni criticar. Tampoco es mi intención pretenderlo. Pero lo que sí es del todo cierto es que no hay que olvidar que no es fácil dejarlo todo y empezar otra vida de nuevo en otro lugar, sabiendo de antemano que uno será objeto de discriminaciones, injusticias, abusos, hostilidades... Lo mismo que sufrió la mucha gente de este país hace tan solo tres o cuatro décadas en que tuvieron la ingrata experiencia de experimentar lo que realmente se siente cuando se es inmigrante.
Sería maravilloso que la gente (en general) albergara principios bondadosos como el altruismo y la solidaridad. Pero de hecho, y hablando claro, éstas son cosas de las que se puede prescindir. Lo que sí es realmente imprescindible es que haya más humildad y respeto por los demás, que también somos personas. En fin, no se pide nada que no esté dentro de los marcos del sentido común.
Quizá le alivie a alguien saber que no hay noche que pase sin que maldiga la desdicha de mi destino.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 3 de enero de 2006