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COLUMNA

Torpezas

El Ministerio del Interior no ha dejado a los pies de los caballos a la Guardia Civil de Roquetas (Almería), por el hecho de no salir en su defensa con motivo de la muerte de un agricultor en las dependencias del cuartel. El hecho de que ahora se conozca, tras una segunda autopsia, que el detenido había abusado de las drogas y que pudo haber sufrido una reacción adversa por estrés, no impide conocer que existió una actuación irregular por parte de algunos agentes. Que no se actuó, en esta ocasión, como se espera que se haga por parte de los agentes de la autoridad. Es la opinión de la fiscalía de Almería. Es lo que afirma Juan Oña, fiscal jefe de esta provincia. Dice que la Fiscalía nunca valoró el resultado de la muerte, pues estaba pendiente una segunda autopsia. Valoró el trato degradante al que se sometió el detenido y las lesiones que se le causaron con medios peligrosos y antirreglamentarios. No se, por tanto, que disculpas hay que pedir, ni por qué el PP se empeña en que se den disculpas por haberse acordado la suspensión de los guardias por parte del Ministerio del Interior. Son declaraciones absurdas.

Tan absurdas como las de la jefa del penal de Algeciras por declarar que los etarras, que están en prisión, son personas muy cultas y honradas. No sabía, hasta escuchar a esta jefa de prisiones que la comisión de delitos concediera buena fama, que es lo que se supone lleva aparejada la honradez. Es otra estupidez. Ni unos se enteran que ya se acabaron aquellas brigadas en las que en el todo por la patria cabía todo. Ni otra se entera que la buena fama no se gana a través de los asesinatos y la extorsión.

Claro que el problema, aún siéndolo, no es éste. De siempre las estupideces se han dado. Ni la política ni lo público con mayúsculas impiden que se generen. De siempre hay gente que no se entera. El hecho que se sea representantes de la sociedad o de lo público no va a impedir éstas y otras estupideces. De ahí, como decía, que el problema sea otro. Tan otro como la torpeza que es la de no ser capaces de sacar de la política y de lo público a quiénes con sus estupideces introducen en la sociedad la creencia que, desde el poder, se puede justificar lo injustificable, hablar sin pensar en lo que se dice y permanecer tras un "lo siento".

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 21 de enero de 2006