Uno es consciente plenamente de sus limitaciones, pero aunque nadie se atreva a escuchar o a pensar, quiero y necesito decir lo que siento.
Se insiste mucho en que hay poderes eternos e inmutables y que el ciudadano no importa ni tiene ningún papel. Eso es tan falso como seguir creyendo que somos el centro del Universo.
Únicamente los seres humanos que se atreven a ser coherentes y luchar (sin esperar ni triunfos ni reconocimiento) pueden seguir caminando.
Algunos me preguntan las razones que me mueven a denunciar o a presentar iniciativas, quejas o propuestas. No soy un ingenuo ni un ciego a la hora de confiar y creer que voy a lograr cambiar mi entorno, mi mundo... Ni siquiera pienso que mis reflexiones pueden servir para resolver las cuestiones vitales, pero sí reclamo mi legítimo derecho y necesidad de mantener una postura distante de todo poder, de todo dictado oficial.
Los pueblos que rechazan y desprecian la reflexión son pueblos sin alma, envilecidos y cobardes.
Hasta la fecha he visto muy pocas y racionales argumentaciones ante determinadas propuestas que algunos ciudadanos nos hemos atrevido a presentar y defender con dignidad.
No soy un Quijote ni un ingenuo, pero tampoco quiero ser cómplice de tanta barbaridad y estupidez.
Simplemente necesito ejercer el papel que me corresponde y me han otorgado en la presente comedia que es hoy en día la convivencia humana en Valencia.
Y no me importa obtener resultados, pues no soy ni un banco ni una empresa. No espero recoger beneficios o sumar "amigos" o afines a mis habituales propuestas, confeccionadas simplemente para hacer habitable y digna la convivencia en una ciudad que crece sin rumbo, que lleva naufragando desde hace muchos años...
Y me consta que Valencia no es una excepción, pues hoy en día todas las grandes ciudades padecen el mismo tipo de patología a la hora de "crecer": se olvidan siempre nuestros gestores de hacer ciudades a la medida de sus habitantes... Tan obsesionados viven en hacer "negocios" rápidos, que dejan para luego eso del bienestar general.
Pensar sigue siendo un delito grave. Reflexionar y manifestar las dudas de forma abierta y sin petulancia sigue siendo objeto de burla y persecución.
De todos modos, con amenazas veladas o con prepotentes comentarios derrotistas nunca se consigue convencer (y menos vencer) a los que seguimos trabajando y soñando por crear una Valencia amable y habitable para todos, propios o extraños.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 21 de enero de 2006