Raro es el día en que no tenemos noticias de un nuevo pelotazo urbanístico, ya sea en Madrid o en la costa; raro es el día en que, no ya las asociaciones ecologistas, sino prestigiosos juristas, escritores, arquitectos, economistas, y ahora ya hasta el Rey, alertan del desastre que se cierne sobre nuestras ciudades, sobre nuestra convivencia y sobre nuestro entorno natural de no parar de una vez para siempre los salvajes desarrollos urbanísticos que tan lucrativos resultan para algunos.
Sin embargo, mientras los ciudadanos asistimos espantados a este triste espectáculo, la clase política de uno y otro signos, ya sean alcaldes, presidentes de comunidades autónomas o ministros, no parecen enterarse de nada, miran para otro lado; algunos hasta confiesan que su sueño es llenar de ladrillos su comunidad y lo único que les vemos hacer es dictar una serie de normas que, lejos de poner freno al desastre, pretenden allanar un poco más el ya totalmente plano camino hacia la destrucción de nuestro territorio.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 29 de enero de 2006