En la 2ª parte de Bienvenido, míster Marshall, los habitantes de un pequeño pueblo del norte de Palencia esperan impacientemente a que otro maná les llegue de fuera, esta vez de manos de hábiles y prestidigitadores promotores urbanísticos.
Confían ciegamente en las reiteradas y eternas promesas que el alcalde y las autoridades vociferan desde el balcón del Ayuntamiento acerca del interesante y esperanzador proyecto que estos magos les traen.
Están tan seguros de que el maná acabará llegando, que si alguien osara discrepar, no dudarían en utilizar la amenaza, la intimidación o el insulto contra él. No van a permitir que unos cuantos colectivos sociales, deportivos, ecologistas, académico-culturales y técnico-profesionales, así como algún que otro ganadero o agricultor descarriado, impidan, con sus ridículas alternativas, coger el tren de la modernidad. Defenderán hasta la ilegalidad si hiciera falta su irrefutable verdad; no la de las personas ajenas al pueblo, desconocedoras de la situación en que se encuentra la inmensa mayoría del campo español; personas que hablan mucho y sin criterio alguno, "desde la capital, donde tienen sus trabajos y su sueldo fácil". No admitirán consejos de aquellos que dan más importancia a un árbol, una montaña o un río que a las personas; esos que no saben que para incentivar el desarrollo de la zona hace falta arrasar miles de árboles y plantas; desviar, encauzar y contaminar ríos de alta montaña, realizar grandes movimientos de tierra para aparcamientos, pistas y remontes en las laderas de las montañas; o la construcción de nuevas carreteras, urbanizaciones y hoteles que permitan concentrar a 30.000 personas durante un par de fines de semana al año; que no saben que el progreso imparable y demoledor y el desarrollo imprevisible son la única solución, y lo demás son películas.
Por todo esto y mucho más, los ilusionados y confiados habitantes de este pequeño pueblo palentino exigen a "los de fuera" que se callen, que no tienen derecho a opinar sobre su futuro virtual.
Promotores y embaucadores... ¡os saludamos con alegría.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 4 de febrero de 2006