El pasado martes, día 1, me encontraba en los aledaños de la plaza de Colón despidiendo emocionadamente a mi tío Jaime, de 86 años: ex combatiente republicano que vive en México desde los 19. Unos días antes, mi padre, ex combatiente de la División Azul, y él se habían abrazado tras 67 años de separación. Se dijeron mutuamente, alto y claro, que se querían; todos sentimos que ese día la Guerra Civil había terminado para ellos. Escenas así sólo las presencias una vez en la vida.
Mi tío estaba comentándome cuánto le gusta la ciudad en la que nació y lo bien que encuentra España, cuando una señora mayor se acercó a nosotros con una hoja de firmas contra el Estatut (desconozco si era una espontánea o una jaleada y, sinceramente, no me importa). Nos preguntó, literalmente: "¿Quieren firmar contra Barcelona?". Mi tío, con gesto de desagrado, le respondió: "No, señora, yo nunca firmaría contra Barcelona, porque la quiero mucho". La mujer insistió: "Eso será porque vive usted allí". Mi tío le contestó: "No, señora; vivo muchísimo más lejos".
Hoy vuelve a México. Qué torpeza la mía: he estado a punto de añadir un comentario. Como si hiciera falta.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 5 de febrero de 2006