Su editorialista tiene razón cuando se pregunta sobre el posible fracaso de la ley antitabaco: bares más cargados de humo que nunca, nuevos y mejores puestos de venta en la calle, precio más barato, y la capital del reino dispuesta a hacerle vías de agua a la ley para proteger al fumador con desprecio a los demás.
Pero es lamentable su tono de resignación, que le lleva a EL PAÍS a animar al Gobierno a la parálisis, esperando unos años para que unos jóvenes que no se sabe de dónde han de salir sean "ellos, y no la ministra, quienes incentiven a los bares" y "demanden, en general, espacios sin humos". ¿A qué otras lacras sociales necesitadas de transformación piensan ustedes aplicar esa vergonzosa llamada a la pasividad en la acción política?
Es probable que ahora sea tarde para una prohibición general para la que faltó valor. Quizá convenga incentivarlos fiscalmente o, por qué no, exigir a los bares de fumadores una mayor contribución fiscal. Pero hay otro frente mucho más difícil en el que parece nadie pensó, que está contribuyendo a debilitar la aceptación social de esta norma. La íntima y estrecha unión entre tabaco y redacciones periodísticas está resultando el peor enemigo de una decisión política ejemplar y necesaria. Quizá ahí sí es cierto que no tengamos más remedio que esperar a una renovación generacional. En todo lo demás, ojalá que Hacienda y Sanidad no pierdan el coraje que han demostrado hasta ahora.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 14 de febrero de 2006