El pueblo más afectado tenía hasta ayer entre 3.000 y 4.000 vecinos. Hoy no queda ninguna casa en pie, según las informaciones de Cruz Roja española. La zona de Leyte está muy expuesta a los deslizamientos de tierra, que a menudo causan víctimas mortales. Enrique Martín, delegado de la asociación en Filipinas, explica, en conversación telefónica, que las lluvias torrenciales y los deslizamientos de tierra forman parte de las condiciones de vida de los filipinos: "Hoy [por ayer] en Manila, la gente no está pendiente de las noticias en la televisión, sino que está trabajando. La vida sigue".
Pilar González, responsable del área de Asia en la sección española de la ONG, explica que los filipinos se han acostumbrado a estas catástrofes: "Es gente muy sufrida. Cuando estuve allí, escuché una cosa muy curiosa: hay filipinos que dicen que estas catástrofes llevan buena suerte. Evidentemente, no pueden estar contentos cuando mueren centenares de personas, pero sí aprovechan algunas consecuencias: recogen el pescado que les llega directamente en la calle, la madera que no tienen que ir a buscar al bosque".
Sin esperanzas
Las últimas lluvias son responsables de estos desastres. Con todo, el ciclo natural ha sido agravado por la deforestación ilegal, apunta la organización. "Es visible por cualquiera que visite Filipinas. Es un fenómeno que lleva décadas, pero se ha acelerado en los últimos años", dice Pilar González.
Los aludes dejan pocas esperanzas de supervivencia. En el caso de los terremotos, se suele encontrar a supervivientes hasta 72 horas después de los hechos. En cambio, cuando se trata de deslizamientos, es mucho menos frecuente encontrar supervivientes, ya que el lodo no deja respirar a las víctimas atrapadas, explica Pilar González.
Enrique Martín describe la zona como "una zona rural, muy remota, poblada por campesinos y algunos pescadores". La mejor vía para acceder a ella es "a través del aire", añade Martín. Hay un aeropuerto en la isla, aunque desde él se tarda unas cuatro horas en coche para llegar a San Bernardo, ubicado entre las montañas, a unos 100 kilómetros de distancia.
Cruz Roja española, que abrió ayer una campaña de ayuda, no prevé mandar material ni socorristas a la zona, sino ayudar económicamente a sus compañeros filipinos. "Cruz Roja filipina es una estructura sólida. Lo que necesitan es dinero", opina Pilar González. Por su parte, la Agencia Española de Cooperación Internacional se comprometió ayer a aportar 30.000 euros a la organización.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 18 de febrero de 2006