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CARTAS AL DIRECTOR

¿Quién se preocupa de la marina mercante?

Tres mil quinientos kilómetros de costa. El 90% del intercambio comercial realizado por vía marítima. Una época de prevalencia de la seguridad y el mantenimiento del potencial comercial. Expansión de las empresas españolas por todo el mundo. Y la capacidad del transporte de esos bienes que queremos crear, comercializar, vender, explotar, adquirir o revalorizar casi nunca está en manos de compañías españolas.

Si tomamos el ejemplo de la energía nuclear, de la cual no debemos prescindir para acabar comprando la misma energía obtenida por el mismo método a otros, análogamente, no deberíamos obviar la capacidad estratégica de asegurar el suministro, la capacidad de importación y exportación y la riqueza social que genera una flota comercial fuerte y propia. En cambio, cada vez se prescinde más de los buques y de los marinos españoles. La flota mercante española no hace sino disminuir, y las posibilidades de colocación de nuestros marinos son cada vez más escasas y más precarias. Por contra, la Administración ha permitido desde hace años la contratación de personal extracomunitario, por sueldos que nadie querría para sí en este país, y por periodos que pueden extenderse hasta los 12 meses continuados de embarque (en absoluto permitido para un nacional español). De este modo, si los armadores pueden gastarse un mínimo por un puesto cubierto de manera legal, ¿para qué gastarse más en personal nacional?

La culpa no es únicamente de la Administración ni de los armadores: los marinos tenemos nuestra parte, pues no hemos sabido defender nuestros intereses en modo alguno: no existen sindicatos ni colegios eficaces. Cada vez salen de las facultades de náutica menos alumnos, los cuales tienen a su vez menos opciones para llegar a obtener su título profesional, sin el cual no podrán ejercer su profesión; cada vez los sueldos son menores (hemos de tener en cuenta el tipo de trabajo de que estamos hablando) y las condiciones higiénicas, de confort y de trabajo a bordo disminuyen año tras año.

Obviamente, lo que se pretende es convertir esta profesión surtida de vocaciones fenomenales, y habitual pasión por el mar y el trabajo duro, en materia tercermundista para la que se acabarán empleando únicamente a los ciudadanos de las antiguas colonias, en la continuación de la explotación que nunca acabará. Sólo que esta vez nosotros imponemos nuestro propio castigo. A los marinos europeos cada vez se les exige mejor formación, mayor experiencia y más responsabilidad, pero se les impide, cada vez más, ejercer su profesión.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 18 de febrero de 2006