Nadie con las neuronas intactas haría chistes partiendo del dolor de Broseta, Manjón, Lluch, Alcaraz, Blanco, Pagarzaurtundúa, Casas, Tomás y Valiente... Las víctimas del terrorismo pueden levantar, entre quienes no hemos sido alcanzados directamente por la tragedia, solidaridad sincera o esa cruel utilización partidista de los pescadores de votos en el río revuelto de los sentimientos. Pero nunca jamás ganas de broma, burlescos juegos de palabras, comentarios sarcásticos o cachondeos que amortigüen la violencia. Puede que en los entornos más cercanos a las bandas agresoras se lleguen a manejar argumentos-coartada, pero su revestimiento tiene siempre un algo de solemnidad ideológica, y desde luego ninguna pretensión de hacer gracia.
Y mira por dónde, esto no ocurre cuando se reacciona, ante las diversas y recientes embestidas contra las mujeres, con irónicas apostillas fruto de quienes aparentan condenar la andanada pero en realidad se regodean y regocijan con ella.
Primero se habló de los desfiles de lencería en el stand de La Unión en Cevisama, que permitieron también descubrir la querencia de la cementera por los calendarios y las webs "adornadas" con carne fresca. Estoy segura de no ser la única que ha detectado beneplácitos, aunque disimulados, a tan "ingeniosa iniciativa", desde luego siempre procedentes de varones que por otra parte jurarán abominar de la mercantilización del cuerpo femenino. Luego, para animar el corral, irrumpió mosén Gironés considerando nuestra capacidad verbal una auténtica arma de destrucción masiva (digo que principalmente contra nosotras mismas, ya que incita a que nos machaquen). Fue duro leer el Aleluya, pero todavía más tener que oír, una vez destapado el escándalo, toda clase de causticidades sobre cómo la lengua de las mujeres efectivamente provoca a los pobrecitos muchachos, tan débiles ante la tentación. Tanto, que unos atacan mientras algunos otros subrayan con varoniles carcajadas esas regocijantes aportaciones que las "amargadas" nunca podremos entender porque "no tenemos sentido del humor". No sé qué será más grave: si que aquellos se descojonen o que a nosotras nos estén robando las ganas de reír.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 19 de febrero de 2006