El principio referido a que cualquier mala situación es siempre susceptible de empeorar se cumple con exactitud para los vecinos afectados por las obras de la M-30. Hace cinco meses, tras escuchar al alcalde decir que lo peor de las obras ya había pasado, me quejaba del polvo, el barro, el ruido y los problemas de estacionamiento.
Ahora ya no hay problemas para aparcar porque directamente nos han prohibido hacerlo, y el coche, que precisamos para nuestro trabajo, no sabemos dónde dejarlo en un barrio con las salidas atascadas o cortadas. Información y alternativas al problema: cero; cabreos y mala leche: infinito.
El bien tan anunciado tardará en llegar y el posible tratamiento psicológico está cada vez más cerca para los que no contamos con la paciencia como una de nuestras virtudes. Manifestarse y levantar la voz, ¿a quién y cómo?
Estoy muy cabreado al observar la desatención absoluta al ciudadano a través de una faraónica obra que no romperá la unidad de España, pero que sí tiene abierto el suelo de medio Madrid y perturbada la tranquilidad de muchos de sus ciudadanos. Algunos no vivirán para ver tanta anunciada maravilla, hoy ni intuida.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 19 de febrero de 2006